La teología del cuerpo es el título que el Papa Juan Pablo II le dió a las 129 catequesis sobre el amor, la sexualidad humana y el matrimonio.
La teología del cuerpo es el título que el Papa Juan Pablo II le dió a las 129 catequesis sobre el amor, la sexualidad humana y el matrimonio que impartió entre septiembre de 1979 y noviembre de1984 [1].
Es una pena que estas catequesis no hayan sido divulgadas más de lo que ya lo han sido. La riqueza que contienen tiene el potencial de renovar el matrimonio, la familia y la vida entera de la Iglesia y del mundo. Lo que Juan Pablo II nos plantea no es solamente una visión renovada de la sexualidad humana y el matrimonio, sino una visión renovada del hombre y de la mujer como imagen de Dios y, por implicación, una visión renovada de la doctrina católica completa. A través del prisma del matrimonio y el amor conyugal, el Papa nos plantea un redescubrimiento de quién es Dios, quién es Cristo, qué es la Iglesia y quiénes somos nosotros mismos.
Refiriéndose a la enseñanza de Cristo en el Sermón de la Montaña, de no desear a ninguna mujer con lujuria en nuestro corazón (cf Mateo 5:28), el Papa nos dice que “Bien considerada, esta llamada que encierran las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña, no pueden ser un acto separado del contexto de la existencia concreta. Es siempre, aunque sólo en la dimensión del acto al que se refiere, el descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida” (Catequesis del 29 de octubre de 1980, énfasis añadido) [2].
Durante mucho tiempo la teología cristiana tuvo una fuerte influencia de la filosofía griega antigua, sobre todo de la de Platón. Platón enfatizaba la bondad del alma y tenía la tendencia a menospreciar el cuerpo. Sus discípulos ideológicos exacerbaron más aún este dualismo entre el cuerpo y el alma. Con el correr del tiempo, ciertos movimientos pseudo-religiosos, como el maniqueísmo y el gnosticismo, llegaron al extremo de condenar la materia como mala en sí misma y a rechazar al mismo matrimonio, debido a la dimensión sexual que éste comporta.
Por otro lado, cuando la Iglesia primitiva comenzó a difundirse por el Imperio Romano, se encontró con un mundo moralmente decadente. Los paganos no respetaban ni la sexualidad ni el matrimonio. La degradación moral en el campo de la sexualidad humana se reflejaba incluso en ciertos cultos de las “religiones” mistéricas, en los cuales los miembros de esas sectas se involucraban en la práctica abominable de la prostitución “sagrada”.
La Iglesia no vaciló en condenar ambos extremos. Sin embargo, por la influencia de la filosofía griega, sobre todo de corte platónico (algunos de cuyos elementos son muy positivos), así como por reacción a la degradación moral que la rodeaba, comprensiblemente, cierto temor a lo sexual, se filtró en su práctica pastoral y en algunos aspectos de su disciplina espiritual. De ahí que no pocos cristianos, aún hoy en día, tengan una visión un tanto negativa del cuerpo humano y de la misma sexualidad y piensen, erróneamente, que sus cuerpos son un obstáculo para su vida espiritual. Incluso, para muchos católicos que tienen una visión correcta de la sexualidad humana y del matrimonio, sería totalmente nuevo y sorprendente el concepto de una “teología del cuerpo” o del “significado esponsal del cuerpo”.
Sin embargo, para Juan Pablo II, esta visión dualista que separa al cuerpo del alma y que tiende a condenar al primero y a exaltar a la segunda, es totalmente falsa y dañina. Es cierto que lo espiritual tiene prioridad sobre lo material. Pero también es cierto que “El hombre, siendo a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y símbolos materiales” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1146). Por ello Cristo instituyó los sacramentos, que son “signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina” (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1131). Precisamente, y como ya todos sabemos, el Hijo Eterno de Dios, se encarnó, es decir, asumió una naturaleza humana, que incluye un alma y cuerpo humanos, para darnos a conocer al Padre y, al mismo tiempo, salvarnos del pecado y de la muerte (cf Juan 1:14; Filipenses 2:5-8; Hebreos 10:5-7; Catecismo de la Iglesia Católica, números 461-462).
De hecho, esta visión positiva de la realidad material antecede al cristianismo. La encontramos ya en la primera página de la Biblia, en el Génesis. Dios le reveló a su Pueblo Israel, por medio de hermosos símbolos, cargados de profundas verdades religiosas y morales, la bondad de la Creación, tanto material como espiritual, de la cual Él es el Autor: “Y vio Dios que era bueno ... muy bueno” (Génesis 1:4, 10, 12, 14, 18, 21 y 31).
La cultura actual también ha caído en una visión errónea de la sexualidad humana y del cuerpo. Sin embargo, esta obsesión con la sexualidad y el cuerpo no proviene en realidad de una excesiva valoración de estas dimensiones de la persona humana. Al contrario, la hipersexualización de nuestra sociedad moderna tiene su causa en una infravaloración de la sexualidad humana. La obsesión con el sexo de la sociedad actual tiene su raíz en el vacío de amor que sufre por haber abandonado a Dios. La gente ha sustituído la búsqueda del verdadero amor (humano y divino) por el placer intenso e instantáneo que proporcionan las relaciones sexuales. Sin embargo, luego queda más vacía que antes, sólo para caer en la misma frustración una y otra vez o, incluso, para caer en los excesos más abominables y absurdos, los cuales conducen a toda clase de enfermedades físicas y psíquicas. Todo ello demuestra que el error de la cultura contemporánea no consiste en una exagerada apreciación del cuerpo y de la sexualidad, sino al contrario, en no caer en la cuenta de que se trata, como ha dicho el propio Juan Pablo II, de un “valor que no es suficientemente apreciado” (Catequesis del 22 de octubre de 1980). En otros palabras, por no apreciar suficientemente el valor que Dios mismo le ha dado a la sexualidad humana, al matrimonio y al amor conyugal, la gente anda como loca buscando el placer por sí mismo, divorciado éste del verdadero amor, del verdadero gozo, de la vida y de la familia.
La tarea que tenemos los cristianos ante nosotros no es la de regresar a un rigorismo inútil que no conduce a nada. Tampoco es la de transigir con el hedonismo actual, en base a un presunto y falso “ponerse al día”. No son la Iglesia y el Evangelio los que tienen que conformarse al mundo de hoy, es el mundo de hoy el que tiene que conformarse a Cristo. Pero, para lograrlo, no sirven los discursos y las cantaletas de un moralismo rancio y aburrido. Lo que hace falta es un redescubrimiento del Evangelio (la buena y gozosa noticia) de Dios sobre el amor conyugal, la sexualidad humana y la vida que surge del matrimonio, es decir, de la familia y todo ello en total fidelidad al Magisterio de la Iglesia, el cual está compuesto por el Papa y los obispos que están en comunión con él [3].
Dios tiene un mensaje bellísimo y positivo sobre nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y el amor humano verdadero. No podría ser de otra manera. ¡Él es Quien los ha creado! Juan Pablo II ha llevado a cabo la tarea de redescubrir y expresar ese mensaje en su “teología del cuerpo”. Otras personas se han encargado de resumir y simplicar esa teología en un lenguaje más sencillo [1]. Nuestra tarea es la de recibir ese mensaje, estudiarlo, meditarlo, vivirlo y difundirlo. ¡Manos a la obra!
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